miércoles, 8 de octubre de 2008
En los albores de la informática, los programas y las máquinas que los ejecutaban estaban intimamente ligados. No existía el concepto de programa como pieza separada que se tiene hoy.
Tampoco había usuarios domésticos, sino que las personas que ejecutaban los programas solían tener muchos conocimientos de programación y por lo general eran científicos e ingenieros.
Entre estos usuarios expertos, lo normal era intercambiar y mejorar los programas, compartiendo sus modificaciones, que a veces recibían el nombre de hackers.
En este contexto, no eran concebibles muchas de las restricciones de las licencias de software actuales, el software era libre y los programas se intercambiaban como se hace con las recetas de cocina.
Este espíritu perduro en la comunidad de programadores durante años como algo natural, hasta que las restricciones de los fabricantes y la comercialización de licencias de uso hizo necesario distinguir entre el software que era libre y el que no.
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